Ya sabéis: lo prometido es deuda. Y yo soy buen pagador. Así pues, aquí va la segunda entrega de una experiencia creativa de los alumnos de Primero B.
Que la disfrutéis.
Érase
una vez un señor que iba paseando por el monte. El aire era fresco y hacía un
deslumbrante sol; era un día precioso. Había quedado con su hijo, que se
llamaba Jaime, pero al ver que no llegaba, se extrañó mucho. Pensó que le había
pasado algo y fue a buscarlo.
Al poco rato, vino mi madre furiosa pero, antes de que entrase en la sala, me escapé con mi tirachinas a la calle. Llamé a las casas de mis amigos para gastar bromas.
Desde el
primer momento noté como si el ambiente hubiera cambiado; era algo raro. Salí a
dar una vuelta pero no vi a nadie. Me sentí abandonado; también tenía miedo.
Volví rápido a casa. Allí me sentiría más seguro.
Y se
fue a pasear a la orilla del mar que estaba enfrente de su casa, pensando en lo
que le pasaba en su vida. De pronto, vio un gran pájaro de color rojo y verde.
Era hermoso; la forma en que volaba, la tranquilizaba y la hacía olvidarse de
todo. En ese momento, solo existía ella y el hermoso pájaro.
Por
fin, el chico se atrevió a subir a la montaña rusa. Le divirtió y se montó dos
veces más. Se mareó pero no le importó y se siguió montando en la montaña rusa.
Pidió a sus amigos que se montaran con él, pero no querían, así que se montó él
solo.
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