No es lo mismo juntar palabras que escribir.
Tampoco debe ser lo mismo hacer periodismo o escribir literatura que poner por escrito lo que uno siente; al menos, no siempre.
No soy experto ni en periodismo ni en literatura, pero sé reconocer cuándo algo que leo provoca en mí esa sensación que "sube ardiendo desde el estómago hasta la garganta", una garganta cerrada en un nudo mezcla de mil emociones.
Bueno, pues ayer, 23 de febrero de 2012, leí en El Mundo de Castilla y León uno de esos textos. Lo firmaba Lola Leonardo. No puedo juzgar la calidad periodística ni literaria de su prosa, pero sí puedo decir que leer sus palabras fue algo estremecedor.
Por eso quiero dejar aquí su artículo. Quién sabe, tal vez alguien lo lea y le sirva para sentirse humano. Quién sabe...
20 años sin noticias de dios
TODOS los poderes ejerció Valentin Tejero mientras los
dioses se hacían los ciegos. Para no ser testigos.
Lo recuerdo desde el estómago, justo donde residen los
dolores que suben ardiendo hasta la garganta. Muchos iniciábamos nuestro
desembarco en el periodismo y nos dimos de bruces contra el horror en un bautizo de lágrimas.
Principio de calores de 1992. Fiestas en Villalón..Olga no
llega a casa. Allá que nos plantamos y su madre nos da una foto de la pequeña
vestida de princesa comulgante. «Olga, mi niña Olga»; la misma que nos miraría
durante unos días desde todos los periódicos de la región, incluso después de
no poder mirar.
La Guardia Civil rastreaba alrededores con dos perros,
periodistas y el padre de Olga, mi niña Olga. Él habita mi retina, a punto del
llanto y con una playera blanca de su nena entre el brazo y el costado ízquierdo.
Con las zapatillasde Olga y los calcetines de Olga alimentaban los canes su
olfato y recorrían tierras y terruños y las terrazas del cielo y los bancales
del infierno. Y regresaban sin luz. Y volvíamos todos mustios a acoplarnos en
la redacción. Titulábamos decepciones. De nuevo, sin noticias de dios.
Y fue hallado el monstruo que vendía golosinas. Una rueda de
reconocimiento en Villalón le señaló como sospechoso. Casi un linchamiento
cuando el pueblo entero se enteró. Pero aún faltaba la niña.. Mintió entonces: “Vive”.
Tarde de alegría. “Van a buscarla” gritó; elpadre, “nos la traen ya”. Y al otro
lado del teléfono me lo imaginé soltando las zapatillas de Olga, mi niña Olga, y
abrazando a sus otros dos hijos. Entre llanto del que no duele.
Juraría que era sábado, pero qué más da. De noche nos dirigimos
al pueblo a festejar la vida y una hostia de muerte nos apagó las sonrisas. La
cara del padre. Sin palabras. Olga entre las sombras de un pinar. Violada, apaleada,
atropellada.
Una concentración espontánea de dolientes en la plaza. Un
minuto de silencio y los silencios rotos por las voces de quienes hubieran
devorado la carne patibularia del monstruo. ¿Nosotros?
No sé cómo regresamos. No sé cuándo llegué acasa. Tenía frío
en los huesos. Me arropé en una manta y dormí en el sofá agarrada a un cuchillo
de pelar patatas. Sentía el aliento del monstruo. Ahora, 20 años después, está
más cerca y Olga tiene aún nueve años.
Lola Leonardo en El Mundo de Castilla y León. 23.02.2012
“Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen
en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que
mueven los asnos, y lo hundan en lo profundo del mar.”
(Evangelio de Mateo 18, 1 – 6)