Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla:
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Cuentan los libros de literatura que en 1912 se publicó
una de las obras más conocidas de uno de los poetas que más aprecio.
Hace cien años, Antonio Machado regaló al mundo su "Campos
de Castilla".
Aunque no las necesito, valga el aniversario como
oportuna disculpa para invitar a leer o releer alguno de aquellos sencillos y vitales versos que
habitan sus páginas.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de /tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Quién no ha de recordar
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María…
A quién no se le eriza la piel al oír
¡Oh, la saeta, al cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
Quién no ha pronunciado alguna vez
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
A quién no se le tuerce el gesto al oír
Españolito que vienes
al mundo te
guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
O quien no se ha visto reflejado en la cabeza solitaria de aquel proverbio que suena
De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Termino.
Entre las páginas de Campos de Castilla se encuentra
también uno de los poemas más conocidos de Machado:
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
Hace algunos veranos, estuve en Soria.
Y a la vera del
supuesto olmo al que se refiere el poeta, quise leer aquellos versos. Las lágrimas dieron al traste con mi intento.
NOTA:
He visto en alguna página de prensa que el fotógrafo segoviano
José Mª Díez, Pototo, ha “releído” la obra en 123 fotografías que ilustran el libro Cien
años de Campos de Castilla. Paisaje poético Machadiano (Edit. Iniciativa
Mercurio. Valladolid)
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